• Saltar a la navegación principal
  • Saltar al contenido principal
Madre Narcisista

Madre Narcisista

Espacio para víctimas de madres narcisistas

  • Mi historia
  • Blog
  • Recursos para Víctimas

¿Cómo afecta crecer con una madre narcisista? Secuelas en la vida adulta

agosto 17, 2025 by madrenarcisista.com Deja un comentario

Secuelas de tener una madre narcisista

¿Cómo afecta crecer con una madre narcisista? Secuelas en la vida adulta

A día de hoy, si pudiera volver atrás, no cambiaría las decisiones que tomé ni lo que viví. Sé que hice lo que pude con las herramientas que tenía. Ya no siento culpa, ni me encuentro en esa fase en medio del proceso terapéutico en el que te preguntas el porqué de todo lo que te tocó vivir y porqué te toca arreglarlo a ti si no eres la culpable. Me encuentro en un punto de mi vida en el que tengo claro que lo que siento, lo que soy y lo que hago son, en parte, consecuencia de haber crecido con una madre narcisista: para bien y para mal.

Sé que puede sonar como si estuviera completamente desconectada de lo que se siente al convivir aún con una madre narcisista, y probablemente haya algo de eso: llevo muchos años fuera de ese entorno. Pero lo pienso de verdad: si hubiese tenido una madre amorosa, si contar con ella y con mi familia hubiese sido una opción real, hoy no estaría aquí.

La parte positiva es que con 31 años, siento que he llegado a un lugar vital al que muchas personas no llegan ni con mucha más edad. Laboralmente estoy mejor que nunca, económicamente también, y, lo más importante, estoy rodeada de un entorno sano que se preocupa genuinamente por mí. Por primera vez estoy aprendiendo a dejarme cuidar. Estoy empezando a creer de verdad que hay personas queriendo darme apoyo sin usarlo después como un arma de doble filo, sin echármelo en cara. Es un descubrimiento nuevo y profundamente liberador. Forjar en mi vida una red de cuidados y blindarme laboral y económicamente han sido dos objetivos muy claros en mi veintena para evitar volver a caer en la manipulación emocional y en la violencia económica que viví mientras era menor de edad.

Realmente, hasta ahora, crecer con una madre narcisista ha sido lo más fuerte que he pasado en mi vida no solo por lo vivido si no por el tiempo que duró la situación y las consecuencias que ha dejado en mí. Además, en ese momento aunque ya tenía acceso a internet, nadie hablaba sobre madres narcisistas o madres tóxicas. Sí, obviamente habían relatos de relaciones materno filiales con malas relaciones pero al leerlas no resonaban en mí. Yo no estaba viviendo una adolescencia complicada, yo no sentía »que mi madre no me entendía», yo sentía que mi madre me asfixiaba, sentía miedo, profundo terror ante sus reacciones o estallidos contra mí.

Me siento profundamente orgullosa por haber recorrido el camino sin ningún tipo de guía o referente como la que yo puedo dejar por escrito en estas páginas. Es algo que me reconozco y honro cada día. Por eso esto ya no va de culpa: abrazo a todas las yo que me salvaron y les perdono si la forma en la que lo hicieron no fue del todo moral o correcta.

Mirando atrás, creo que sentirme sola y vulnerable fue una parte esencial para construir quién soy ahora y para llegar al momento que estoy viviendo. Pero también sentirme así durante tanto tiempo ha traído dos temas principales en mi vida que hoy por hoy logro reconocer como consecuencia de crecer con una madre narcisista.

Una de las consecuencias es algo que vengo trabajando desde el comienzo de terapia: la hipervigilancia emocional. Inconscientemente estoy en continua defensa, analizando de qué forma cada persona que me rodea me puede intentar hacer daño, sufriendo un desapego anticipado con cualquier persona a la que le empiezo a coger mucho cariño. Y la otra consecuencia es la creencia de que no puedo permitirme caer porque yo soy mi propia red de seguridad.

Siento que a nivel clínico muchos psicólogos se centran en trabajar las consecuencias de tener una madre narcisista como la baja autoestima, la ansiedad, los sentimientos de culpa y vergüenza, la dificultad para poner límites o el perfeccionismo extremo.
Pero hay muchas otras consecuencias que aún a día de hoy, con varios años de terapia, distancia, contacto cero, mucho amor, incluso con medicación, siguen impidiéndome relacionarme con el mundo y vivir sin que reflote el estrés postraumático.


La hipervigilancia emocional

No me doy cuenta de que estoy en alerta cuando alguien me hiere. Me doy cuenta cuando alguien empieza a importarme. Es en ese punto, cuando una amistad empieza a tomar profundidad, cuando se activa algo dentro de mí. No es miedo evidente, no es rechazo. Es más sutil: es una necesidad de estudiar, de observar, de analizar cada gesto y cada palabra con una atención quirúrgica.

Desde muy pequeña aprendí que la gente suele sentirse muy cómoda hablando de sí misma. Descubrí que si mostraba interés —aunque fuera simulado— y ofrecía empatía —aunque no hablara de mí—, la mayoría de las personas se abrían como si nos conociéramos de toda la vida. Contaban sus historias, sus heridas, sus conflictos. Y al terminar, solían quedarse con la sensación de que me conocían profundamente… cuando en realidad no sabían nada de mí.

Ese desequilibrio, esa falsa intimidad, se convirtió en mi zona segura. Mientras la otra persona habla, yo trazo un mapa. Escucho cómo se refieren a la gente de su entorno, a quien no soportan, a quien aman. Analizo cómo gestionan el enfado, la frustración, el rechazo. Me fijo en lo que dicen, pero sobre todo en lo que omiten. Porque ese mapa es mi única garantía de que, si decido abrirme, voy a poder defenderme si esa persona algún día me hiere.

No lo hago a propósito. Pero lo hago siempre. Lo he trabajado en terapia y sé que es una estrategia de supervivencia que desarrollé en la infancia: no mostrar nada hasta estar segura de que la otra persona no va a usarlo en mi contra. Por fuera, parezco accesible, vulnerable. Pero por dentro hay un mecanismo calibrando todo, todo el tiempo. Exactamente igual que cuando necesitaba analizar y anticiparme a las reacciones de mi madre para poder protegerme.


La creencia de que no puedo permitirme caer

Las secuelas de tener una madre narcisista marcan la autoestima y las relaciones. Descubre cómo identificarlas y empezar tu sanación.

Nunca aprendí a derrumbarme porque nunca hubo nadie que estuviera dispuesto a sostenerme si lo hacía. Y lo peor es que lo supe desde muy temprano. No era una intuición: era una certeza que se repetía día tras día, con palabras concretas y actos aún más contundentes.

Durante toda mi infancia y adolescencia escuché que era una inútil, que no valía para nada, que iba a acabar mal. Mis logros eran invisibles. Mis fracasos, un recordatorio constante de lo mucho que se esperaba de mí y de cómo, según su percepción, no daba la talla. Lo que yo quería, lo que me gustaba, lo que deseaba… siempre fue motivo de burla o desprecio.

Cuidaba de mi hermana, de mi abuela, de la casa. Era la niñera, la enfermera, la empleada doméstica no remunerada, la adolescente “problemática” que, encima, debía agradecerlo todo porque «no me lo merecía». Aunque en casa no había escasez económica, ni siquiera durante la crisis, yo sí sufrí escasez. Una escasez diseñada, una forma de castigo económico disfrazado de responsabilidad. El dinero que me daban al mes no alcanzaba ni para quince días, pero siempre fui incapaz de pedir más por la forma en que me iban a increpar por hacerlo. A menudo tenía que elegir entre comer en el instituto o volver en autobús a casa si llovía. Entre mis necesidades diarias de comida y transporte, o ahorrar lo suficiente para comprarme ese pequeño objeto que me gustaba tanto y me hacía sentir que existía.

Por eso ahora, cuando puedo, me doy. Me doy lo que no me dieron. Compro cosas que mi yo de 14 años soñaba tener. No cosas caras, sino significativas: detalles que para cualquier otra persona serían banales, pero que para mí son un acto de reparación. El disco de mi grupo favorito, la camiseta que me gusta, las zapatillas que siempre quise tener.

Me he prometido a mí misma que pasarán todos los años que hagan falta dándole libertad financiera a la niña que fui. Porque durante mucho tiempo no se me consintió nada. No se me regaló desde el amor. No se me vio.

Y a la vez, esa libertad que he ganado con tanto esfuerzo tiene un precio invisible: no puedo permitirme caer. No trabajo incansablemente para montar un negocio o comprarme una casa. Trabajo porque no puedo permitirme quedarme sin nada. Porque no quiero volver a rebuscar monedas entre los cojines del sofá para poder comprarme un bocadillo al mediodía. Porque prefiero desaparecer antes que pedir ayuda económica a mi familia. Porque ni siquiera soy capaz de pedir ayuda a quienes me quieren hoy. No por orgullo, sino por miedo.

Miedo a acostumbrarme a recibir. Miedo a que un día me lo quiten. Miedo a no saber cómo sobrevivir si me apoyo demasiado en alguien que después se va.

He aprendido a quererme porque nadie me quiso. A regalarme porque nadie lo hizo. A generar estabilidad económica porque sufrí mucho cuando no la tuve. A hacerme todo sola porque aprendí que solo yo estaría cuando todo lo demás fallara.

Y aunque hoy estoy rodeada de amor, de cuidados, de vínculos sanos, hay una parte de mí que sigue sintiéndose sola. No porque lo esté. Sino porque aprendió a sobrevivir así.

He recorrido mucho camino para llegar hasta aquí. Y aunque todavía hay partes de mí que duelen, es un regalo poder reconocer de dónde viene ese dolor y entender por qué sigue ahí. Escribir esto no es una forma de aceptar que a veces el trastorno de estrés postraumático puede con mi fuerza mental, y ojalá tampoco suene desalentador. Es solo una forma de poner en palabras lo que quizás muchas otras personas están sintiendo en silencio. Y también es una forma de recordármelo a mí: todo pasa. Vas a encontrar paz. Vas a ser feliz. Vas a reparar esa parte de ti que crees rota para siempre. No estás sola.

Este artículo está escrito desde la experiencia de una superviviente. No sustituye ayuda profesional. Si estás en peligro o necesitas apoyo, busca redes seguras.

Quizás también te interesa leer


Mujer usando el móvil para bloquear a una persona durante el contacto cero.

Contacto cero: guía práctica para romper el ciclo narcisista

Mujer mayor hablando por teléfono con expresión tensa y gesto de frustración. Simboliza la manipulación emocional y las llamadas cargadas de culpa típicas de una madre narcisista.

Madre narcisista en la vejez: cómo lidiar con el chantaje, la culpa y el deterioro emocional

El documental Número desconocido de Netflix muestra cómo un número oculto desencadena meses de acoso digital en un instituto estadounidense.

Número Desconocido de Netflix: el síndrome de Münchhausen

El duelo infancia robada madre narcisista implica aceptar la ausencia de amor y cuidado. Descubre cómo afrontarlo y reconstruirte.

La niña que tuviste que dejar atrás: duelo por una infancia robada

Publicado en: Madre Narcisista

Interacciones con los lectores

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada; solo la necesito para poder comunicarme contigo de forma privada en caso de que lo solicites. Los campos obligatorios están marcados con *.

Madre Narcisista © 2025 / Política de Privacidad y Cookies / Aviso Legal