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Madre Narcisista

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Número Desconocido de Netflix: el síndrome de Münchhausen

agosto 31, 2025 by madrenarcisista.com Deja un comentario

Número desconocido: falsa identidad en el instituto

Número desconocido de Netflix: madres narcisistas y síndrome de Münchhausen

⚠️ Este artículo contiene spoilers del documental.

En el nuevo documental de Netflix “Número desconocido: falsa identidad en el instituto” conocemos la historia de Lauryn y su novio Owen, dos adolescentes que empiezan a recibir mensajes anónimos cargados de amenazas, insultos y contenido sexual. Durante meses, un número oculto controla sus vidas: nadie sabe quién está detrás, los rumores en el instituto crecen, la policía investiga y hasta el FBI se involucra.

La sorpresa llega al descubrir que quién estaba detrás de todo esto era la propia madre de Lauryn quien, en secreto, había creado un entramado de acoso digital contra su hija. Lo que parecía un caso de ciberacoso se convierte en algo mucho más perturbador: un ejemplo de cómo algunas madres pueden manipular y dañar a sus propias hijas con el fin de controlarlas de forma enfermiza.

Este caso mediático ha reabierto el debate sobre un patrón de abuso menos conocido, pero devastador: el síndrome de Münchhausen por poderes.


Qué es el síndrome de Münchhausen por poderes

La historia de Gypsy Rose es el ejemplo más conocido del síndrome de Münchhausen por poderes, con una madre que inventó enfermedades para manipularla.

El síndrome de Münchhausen describe a una persona que inventa o exagera enfermedades en sí misma para llamar la atención. Cuando esa persona fabrica síntomas en otro —normalmente un hijo— hablamos de Münchhausen por poderes.

El caso más conocido es el de Gypsy Rose Blanchard, cuya madre la convenció durante años de que sufría graves enfermedades. La sometió a operaciones, medicación y una vida entera de hospital sin que nada de eso fuera real. A ojos de los demás, era una madre ejemplar y sacrificada; en la práctica, era un abuso sistemático que convirtió a Gypsy en prisionera de un cuerpo sano tratado como enfermo.

En el documental Número desconocido, el mecanismo cambia de escenario: aquí no hay enfermedades inventadas, sino un Münchhausen digital. La madre de Lauryn, al contrario, no llevaba a su hija a médicos, sino que creó un entramado online de amenazas y acoso para colocarla en el papel de víctima, generando atención, drama y control desde la sombra haciendo que su hija se apoyara en su madre y sintiera que la necesitaba más que cualquier adolescente normal dada la situación que estaba viviendo.

En ambos casos el patrón es el mismo:

  • Una figura materna que fabrica un problema inexistente.
  • Una hija atrapada en una realidad inventada.
  • Y un entorno que cree más a la madre que a la víctima.

La diferencia está en la herramienta: en un caso fue la medicina, en otro, internet. Pero el trasfondo es idéntico: una madre que utiliza el dolor de su hija como escenario para alimentar su propia necesidad de atención y poder.


Cuando la madre es el enemigo invisible

El documental Número desconocido de Netflix muestra cómo un número oculto desencadena meses de acoso digital en un instituto estadounidense.

Lo que hace especialmente doloroso este patrón de abuso es que no viene de un extraño, sino de la persona que debería cuidar. Tanto Gypsy como Lauryn crecieron en un escenario en el que la figura materna era intocable de cara a los demás: una madre preocupada, volcada, presente en cada detalle.

Esa doble cara —madre protectora de puertas afuera, agresora oculta en la intimidad— es un patrón común en las madres narcisistas. No todas se comportan igual, pero el resultado es siempre el mismo: hijos atrapados en dinámicas de control y manipulación.

Algunos de los perfiles más habituales son:

  • La narcisista grandiosa: presume de lo buena madre que es y de los logros de sus hijos, pero solo cuando eso mejora su propia imagen. Si no encajas en su guión, te castiga o te descarta.
  • La narcisista encubierta: se muestra como víctima constante, silenciosa y sufriente. Manipula con culpa y frases como “después de todo lo que hice por ti”.
  • La narcisista sacrificada: insiste en que renunció a todo por ti y usa ese supuesto sacrificio como arma de control, sobre todo si eliges un camino distinto al que ella soñó.
  • La narcisista inestable o caótica: cambia de humor de forma impredecible; un día es afectuosa y al siguiente te agrede o te ignora. El vínculo con ella es una montaña rusa emocional.

Es probable que, al leer estas categorías, pienses que tu madre encaja en varias al mismo tiempo. Y no estás loca por pensarlo: muchas madres narcisistas combinan rasgos de distintos perfiles según la situación o la etapa de tu vida. En público pueden ser grandiosas, en privado encubiertas, y en la intimidad emocional completamente caóticas. Esa multiplicidad es, de hecho, parte del gaslighting: al cambiar de máscara constantemente, hacen que te cuestiones tu propia percepción y te cueste aún más entender lo que estás viviendo.

El caso de Kendra Licari ejemplifica cómo una madre narcisista puede llevar el control hasta el extremo del acoso digital a su propia hija.

En el caso de Lauryn, su madre Kendra Licari adoptó el papel de protectora preocupada, mientras en la sombra alimentaba el terror digital. Una versión más sofisticada del mismo patrón: ser la heroína y la villana al mismo tiempo, según quién esté mirando.


Consecuencias para los hijos

El impacto de crecer bajo este tipo de manipulación es devastador. Gypsy pasó años dudando de su propio cuerpo: no sabía si podía andar, si necesitaba medicación, si estaba realmente enferma. Lauryn, por su parte, aprendió a vivir con miedo a cada notificación, a ir a clase, sin imaginar que el terror se generaba dentro de su propia casa.

El impacto de crecer con una madre narcisista que utiliza dinámicas de Münchhausen —ya sea médico o digital— va mucho más allá de la infancia. No se trata solo de recuerdos dolorosos: son heridas que se instalan en la forma en que miras el mundo y en cómo te miras a ti mismo.

  • Desconfianza hacia uno mismo. Cuando tu madre insiste una y otra vez en que estás enfermo, exagera síntomas o incluso inventa problemas, aprendes a dudar de tu propio cuerpo. Si ella dice que algo va mal y tú no lo sientes, la conclusión lógica es que el error debe estar en ti. Esa fractura te acompaña después: te cuesta confiar en lo que percibes, en tus emociones, incluso en tu memoria.
  • Ansiedad y alerta constante. Vivir con una madre narcisista impredecible o que fabrica amenazas significa crecer en estado de alarma. Esperas siempre el próximo estallido, la próxima humillación, el siguiente síntoma o mensaje. Esa tensión no se apaga al salir de casa: se convierte en un sistema nervioso hiperactivado, que interpreta cualquier pequeña señal como un peligro inminente.
  • Dificultad para diferenciar la verdad de la manipulación. El gaslighting es la herramienta favorita de las madres narcisistas: te hacen creer que lo que recuerdas no pasó así, que lo que sientes está mal, que lo que piensas es exagerado. Tras años de ese desgaste, acabas dudando de ti mismo y creyendo más en su versión de los hechos que en la tuya. Es como vivir en un espejo roto: nunca sabes qué imagen refleja la realidad.
  • Trauma complejo. A diferencia de un evento único (como un accidente o un robo), lo que marca la infancia con una madre narcisista es la repetición constante del abuso. Día tras día, año tras año. Eso no deja una cicatriz puntual, sino una herida abierta que afecta a tu identidad entera: cómo te relacionas, cómo confías, cómo te sostienes en el mundo. Por eso hablamos de trauma complejo, porque sus raíces se entrelazan con quién eres.

En muchos sobrevivientes, la frase que se repite es la misma: “Si mi propia madre me hizo esto, ¿qué puedo esperar del resto del mundo que me rodea?”


Señales de alerta

El Münchhausen digital es una nueva forma de abuso donde una madre fabrica amenazas en internet para mantener el control sobre su hija.

Aunque no siempre es fácil identificarlo, hay indicios que pueden encender las alarmas. Quizás es porque lo he vivido, lo he estudiado y escribo sobre ello, pero no tardé ni diez minutos de documental en intuir cuál iba a ser el giro final.

Las pistas estaban en los detalles. Por ejemplo, en la diferencia entre la reacción de la madre de Owen y la de Lauryn. Cuando Owen empezó a recibir mensajes amenazantes, su madre actuó con firmeza: le retiró el teléfono y cortó de raíz la exposición al acoso. En cambio, la madre de Lauryn adoptó una postura pasiva y contradictoria. Le decía que no hiciera caso, que era preciosa, que ellos conocían a Owen y sabían que lo que decían los mensajes no era cierto… pero nunca llegó a tomar una medida real de protección.

Ahí estaba la incoherencia: una madre que realmente protege a su hijo corta el acceso a redes sociales o busca una solución práctica inmediata. No se limita a dar palabras de consuelo mientras el acoso sigue entrando por la pantalla. Esa diferencia fue la primera señal de que algo no cuadraba, de que el enemigo estaba más cerca de lo que parecía.


Romper el ciclo

Descubrir que tu madre no solo fue narcisista, sino que además inventó enfermedades, síntomas o amenazas para manipularte, es un golpe devastador. Rompe la confianza más básica: la que une a un hijo con su cuidadora. Pero aunque duela, darte cuenta también es un paso hacia la libertad.

Reconoce tu verdad, sin maquillarla.

De niñas solemos justificarlo: “mi madre es muy protectora”, “se preocupa demasiado por mí”. Puede que incluso te convencieras de que estabas enfermo, frágil o vulnerable porque ella lo repetía una y otra vez. Pero llega un momento en que tienes que mirar de frente lo que ocurrió: ella fabricó una mentira a costa de tu vida. Y no necesitas un diagnóstico oficial ni el permiso de la familia para validarlo. Tu memoria, tu cuerpo y tu dolor son pruebas suficientes.

Busca espacios donde hablar sin miedo.

El Münchhausen por poderes o digital es poco conocido, y cuando lo nombras muchas personas reaccionan con incredulidad: “¿cómo una madre va a hacer algo así?”. Eso puede hacerte sentir aún más aislado. Por eso es vital encontrar un espacio seguro donde no tengas que justificar cada palabra: una terapeuta que conozca el tema, un grupo de apoyo de sobrevivientes, una amistad que te escuche sin juzgar. Romper el silencio es empezar a sanar.

Aprende a poner límites, aunque no sean visibles.

Si creciste creyendo que tu salud o tu seguridad dependían de tu madre, poner límites se siente imposible. Pero puedes empezar en silencio: dejar de contarle todo, no darle acceso a tus historiales médicos, no entrar en sus provocaciones. Con el tiempo, esos límites internos se transforman en decisiones claras: cortar llamadas, no acudir a citas médicas que ella presiona, o alejarte físicamente si puedes. Recuerda siempre: poner límites no es traición, es supervivencia.

Elige una terapia adecuada para trauma complejo.

Las secuelas del Münchhausen no se parecen a un “problema de comunicación”. Son heridas profundas que afectan a tu identidad: dudas de tu cuerpo, de tu mente y de tu memoria. Necesitas una terapia que entienda el gaslighting y la manipulación prolongada. Métodos como EMDR ayudan a procesar los recuerdos y reconstruir la confianza en ti mismo. Es duro, pero es posible.

No te culpes por tomar distancia o llegar al contacto cero.

Alejarte de una madre que te mintió sobre tu salud o te convirtió en víctima de un enemigo inventado no es crueldad. Es autocuidado. Quizás cargues con la culpa de pensar: “si me alejo soy mala hija”. Pero la verdad es que ella rompió primero el vínculo cuando puso sus necesidades por encima de tu bienestar. El contacto cero no siempre es definitivo, pero puede ser el único respiro real que tengas para reconstruirte como persona. Y no te hace egoísta: te hace libre.

Si aún vives con ella…

El gaslighting en casos de Münchhausen es feroz. Puedes llegar a sentir que todo lo imaginaste. Por eso llevar un diario es tan valioso: anota qué dijo, qué hizo, cómo te sentiste. Con el tiempo verás los patrones repetirse y podrás comprobar que no estabas loca. También busca pequeños momentos de autocuidado: cinco minutos de aire, una canción que te devuelva al presente, un mensaje con alguien de confianza. Y sobre todo, intenta abrirte a alguien fuera de casa: una amiga, un profesor, incluso un espacio online seguro. El aislamiento es parte del abuso, y salir de él es parte de la sanación.

Descubrir que tu propia madre pudo inventar enfermedades o amenazas para controlarte es una de las verdades más duras de asimilar. Te rompe la confianza más básica y te obliga a mirar de frente heridas que quizá preferirías olvidar. Pero también hay algo que nunca podrán quitarte: la capacidad de rehacer tu vida más allá de su manipulación.

No eres esa hija que ella te ha hecho creer que eres. Eres alguien que sobrevivió a una realidad diseñada para hacerte dudar de ti mismo, y que aun así sigue aquí, buscando respuestas y verdad. Esa búsqueda ya es un acto de libertad.

Sanar no significa borrar lo que pasó, sino recuperar el poder de decidir quién eres y qué quieres para ti. Poco a poco, con apoyo, con límites, con pequeños gestos de autocuidado, se abre un espacio donde el miedo ya no manda.

Y en ese espacio hay algo que ninguna madre narcisista, por muy hábil que sea, puede controlar: tu futuro.

Este artículo está escrito desde la experiencia de una superviviente. No sustituye ayuda profesional. Si estás en peligro o necesitas apoyo, busca redes seguras.

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Publicado en: Madre Narcisista

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agosto 29, 2025 by madrenarcisista.com 2 comentarios

Duelo infancia robada madre narcisista

La niña que tuviste que dejar atrás: duelo por una infancia robada

Crecer con una madre narcisista significó para mí vivir en una paradoja constante. En apariencia todo parecía normal, incluso “bueno”, pero en el fondo había un vacío que lo impregnaba todo. Esa contradicción dejó una herida invisible que solo entendí con el tiempo, con terapia, cuando descubrí que lo que había perdido no era un juguete ni unos años, sino algo mucho más profundo: mi infancia por completo.

Empezar a transitar el duelo infancia robada madre narcisista fue como abrir una caja cerrada durante años, aceptar que no tuve lo que cualquier niño necesita: protección, ternura y seguridad. Este duelo es distinto a cualquier otro. No lloras la muerte de alguien, sino la ausencia de algo que nunca existió. La niña que fuiste quedó atrapada en un rol que no le correspondía: la cuidadora, la mediadora, la que aprendió a sobrevivir. Mirar hacia atrás duele, porque significa aceptar que no hubo refugio donde debería haberlo. Pero ponerle nombre, transitar este dolor, es necesario para empezar a tener una vida plena.


¿Qué es el duelo por una infancia robada con una madre narcisista?

Le di nombre por primera vez en terapia, cuando apareció ese concepto que me removió profundamente: el duelo por una infancia robada. Al principio me costaba aceptarlo incluso no justificarlo o minimizarlo porque no entendía cómo podía llorar algo que nunca había tenido. Pero esa es la paradoja: no lloras un recuerdo perdido, sino la ausencia de la infancia que necesitabas.

El duelo infancia robada madre narcisista no se parece al duelo por la muerte de un ser querido. Aquí no hay fotos que reconforten ni recuerdos cálidos a los que aferrarse. Cuando mi psicóloga me preguntó qué recuerdos felices tenía de mi infancia, me quedé en blanco. Sí, había momentos en los que recordaba estar bien, pero incluso en ellos estaba la presión constante de contentar a mi madre. Esa aparente felicidad siempre iba acompañada de miedo: si no hacía lo que esperaba, incluido aparentar que todo estaba bien, la armonía se rompía en segundos.

Lo que duele es reconocer que lo que debió existir —un hogar seguro, una madre protectora, un espacio donde ser una niña sin miedo— nunca estuvo ahí. Y esa ausencia, si no se nombra, se convierte en ansiedad, culpa o en la sensación de que “tú eres el problema”.


¿Por qué duele tanto reconocer que tu infancia fue arrebatada?

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Aceptar que mi infancia había sido arrebatada fue uno de los pasos más dolorosos. Me imaginaba a mí de niña, sola e indefensa, y soñaba con poder abrazarla, sacarla de esa casa y decirle que todo estaría bien. La impotencia de no poder protegerme me hacía llorar durante horas.

Durante mucho tiempo me repetí que no había sido tan grave, que todos los niños tenían problemas, que al menos yo tenía techo y comida. Esa justificación era mi forma de no mirar de frente lo que realmente había pasado: que lo que más necesitaba —una madre que me cuidara y protegiera— nunca estuvo ahí.

El dolor aparece porque se rompe la fantasía con la que sobreviviste tantos años. De niños inventamos excusas para justificar a una madre narcisista: “tiene un carácter complicado”, “su trabajo es muy demandante y vuelve a casa estresada”, “yo tuve la culpa porque no hice exactamente lo que me pedía cada día”. Ese mecanismo nos protege en la infancia, pero en la adultez se convierte en una cárcel. Cuando dejas de justificar y ves el abuso con claridad, llega la tristeza, la rabia, la impotencia y el vacío.

A veces este duelo arrastra una culpa difícil de soltar. La sociedad nos enseña que una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos, y esa idea nos ata a una lealtad invisible. Pero una madre, como cualquier ser humano, puede cometer errores graves o incluso dañar a propósito. Soltar la creencia de que las madres son perfectas solo por ese hecho es profundamente liberador.

Aceptar que tu infancia fue arrebatada duele porque te obliga a soltar la esperanza de que un día tu madre cambie y te dé el amor que merecías. Es un duelo doble: lloras lo que no tuviste y también la ilusión de que algún día lo tendrás. Ese reconocimiento es duro, pero también el inicio de tu libertad mental.


Etapas del duelo infancia robada madre narcisista

El proceso no es lineal ni igual para todos, pero en mi experiencia y la de muchas personas que han vivido lo mismo, se suelen atravesar varias etapas parecidas.

Negación: “Mi mente decía que todo estaba bien”

Pasé años convenciéndome de que mi madre tenía un carácter difícil, que teníamos una mala relación normal de madre e hija. Me decía a mí misma que exageraba, que seguro me lo merecía, que al fin y al cabo ella me daba techo, comida y estudios. Que ella quería lo mejor para mí. La negación es un mecanismo de defensa: sin ella, de niña, no hubiera sobrevivido. Pero como adulta se convierte en un muro que te impide ver la verdad.

Ira: “El enfado que no me dejaban sentir”

Cuando entendí lo que había pasado, apareció la rabia. Rabia hacia mi madre, hacia mi familia por ser conscientes y no hacer nada al respecto, hacia la sociedad y las instituciones que no hicieron nada aunque pedí ayuda pero también hacia mí misma por no haber escapado antes. Es normal sentir enfado, porque durante años se te negó el derecho a expresarlo. Darle espacio a esa ira, sin volcarla contra ti, es fundamental para avanzar.

Tristeza: “El vacío de lo que nunca tuve”

Imagen simbólica de una mujer tapándose el rostro, representando la tristeza y las secuelas emocionales de crecer en una infancia con madre narcisista.

Llegó después la tristeza profunda, esa sensación de agujero interno. No era una depresión clínica, sino un duelo real: llorar lo que nunca tuve. Llorar la infancia perdida fue liberador, aunque doloroso. Un proceso a veces lento y autodestructivo. Permitir esa tristeza es dejar que tu cuerpo y tu mente procesen lo que antes estaba enterrado. Es necesario atravesar ese dolor.

Aceptación: “Dejar de esperar una infancia diferente”

La última etapa no es perdonar ni reconciliarse, sino aceptar la verdad: mi madre no va a cambiar, y mi infancia nunca va a ser distinta. Aceptar no significa justificar ni minimizar, sino soltar la esperanza de que algún día tendré lo que no recibí. En ese soltar, paradójicamente, encontré a alguien que sí podía cuidarme, quererme y sostenerme como yo necesitaba: a mí.


¿Cómo afrontar el duelo y la sanación tras una infancia robada?

La teoría ayuda, pero lo que realmente transforma es poner en práctica herramientas para sanar. Algunas que me ayudaron y que pueden ayudarte:

  • Escribir cartas que nunca enviarás. Poner en palabras lo que nunca dijiste es un desahogo enorme. Si no sabes por donde empezar, escribe lo que estás viviendo en este momento, como te está afectando todo lo que viviste con ella en este momento de tu vida, cuéntale todo lo que estás descubriendo en tu proceso en terapia. Y recuerda que no se lo tienes que enviar, escribes para soltar.
  • Rituales de despedida. Quema una carta, crea un momento simbólico para despedirte de esa infancia que no fue, viaja a aquellos lugares donde no fuiste feliz para despedirte de ese pasado que no quieres seguir arrastrando.
  • Terapia especializada. En mi caso, el EMDR fue clave para trabajar recuerdos traumáticos y crear recursos para esos momentos en los que todo me sobrepasa.
  • Contacto cero o limitado. No siempre es posible cortar toda relación, pero establecer límites claros es parte de la sanación que necesitas.
  • Cuidar a tu niña interior. Háblate bonito, date hoy lo que entonces te faltó: cariño, paciencia, comprensión, experiencias, regalos. Convierte a tu yo adulta en la madre que esa niña sigue buscando tener.

La sanación tras una infancia robada no es rápida ni lineal. Habrá días de avances y otros de retrocesos. Lo importante es sostener el proceso con paciencia, recordando que el dolor que sientes ahora es la prueba de que estás rompiendo el silencio.


Preguntas frecuentes sobre el duelo infancia robada madre narcisista

¿Cuánto dura este duelo?
No hay tiempos fijos. Puede durar meses o años, y a veces vuelve en oleadas. Lo importante no es la rapidez, sino la profundidad con la que lo trabajes. Recuerda que el proceso no es lineal.

¿Por qué me siento culpable si no fue mi culpa?
Porque creciste en un entorno donde te enseñaron a asumir la responsabilidad de todo lo que ocurría. Si tu madre estaba enfadada, era “porque tú no te portabas bien”. Si se sentía mal, era “porque tú no la ayudabas lo suficiente”. Esa dinámica hacía que cualquier cosa negativa pareciera tu responsabilidad. Con el tiempo, esa culpa se quedó grabada en ti, aunque nunca fue tuya.

¿Es normal seguir soñando con mi madre aunque haya contacto cero?
Sí. El inconsciente procesa lo que viviste de muchas maneras. Soñar con ella no significa que quieras volver, sino que tu mente está integrando el trauma. Por supuesto, las pesadillas son muy normales y muy reveladoras de cara a tu proceso terapéutico si consigues mantener recordarlas.

¿Cómo sé si estoy avanzando?
Cuando empiezas a hablar de lo vivido sin quedarte bloqueada, cuando sientes menos culpa, cuando puedes llorar y luego seguir con tu día. Los pequeños cambios son señales de avance. Un día te darás cuenta de todo el camino recorrido y te sorprenderás. Es un proceso diario, se paciente.


La herencia que rompes: sanar para no repetir el daño

Sanar no solo es un acto de justicia contigo misma, también es romper una herencia tóxica. Al enfrentar el duelo infancia robada madre narcisista, evitas repetir patrones con tus hijos, pareja o contigo misma.

Esa niña que quedó atrapada merece ser rescatada por ti, hoy, en tu vida adulta. Cada paso que das hacia tu sanación es también un acto de reparación hacia ella. No puedes devolverle la infancia perdida, pero sí puedes darle la seguridad, el amor y el cuidado que necesitaba.

La libertad no está en olvidar, sino en dejar de vivir atrapada en lo que no tuviste. Ese es el verdadero cierre del duelo infancia robada madre narcisista: reconocer la herida, llorarla, y después empezar a escribir una historia distinta, tuya, libre y verdadera.

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¿Cómo afecta crecer con una madre narcisista? Secuelas en la vida adulta

agosto 17, 2025 by madrenarcisista.com Deja un comentario

Secuelas de tener una madre narcisista

¿Cómo afecta crecer con una madre narcisista? Secuelas en la vida adulta

A día de hoy, si pudiera volver atrás, no cambiaría las decisiones que tomé ni lo que viví. Sé que hice lo que pude con las herramientas que tenía. Ya no siento culpa, ni me encuentro en esa fase en medio del proceso terapéutico en el que te preguntas el porqué de todo lo que te tocó vivir y porqué te toca arreglarlo a ti si no eres la culpable. Me encuentro en un punto de mi vida en el que tengo claro que lo que siento, lo que soy y lo que hago son, en parte, consecuencia de haber crecido con una madre narcisista: para bien y para mal.

Sé que puede sonar como si estuviera completamente desconectada de lo que se siente al convivir aún con una madre narcisista, y probablemente haya algo de eso: llevo muchos años fuera de ese entorno. Pero lo pienso de verdad: si hubiese tenido una madre amorosa, si contar con ella y con mi familia hubiese sido una opción real, hoy no estaría aquí.

La parte positiva es que con 31 años, siento que he llegado a un lugar vital al que muchas personas no llegan ni con mucha más edad. Laboralmente estoy mejor que nunca, económicamente también, y, lo más importante, estoy rodeada de un entorno sano que se preocupa genuinamente por mí. Por primera vez estoy aprendiendo a dejarme cuidar. Estoy empezando a creer de verdad que hay personas queriendo darme apoyo sin usarlo después como un arma de doble filo, sin echármelo en cara. Es un descubrimiento nuevo y profundamente liberador. Forjar en mi vida una red de cuidados y blindarme laboral y económicamente han sido dos objetivos muy claros en mi veintena para evitar volver a caer en la manipulación emocional y en la violencia económica que viví mientras era menor de edad.

Realmente, hasta ahora, crecer con una madre narcisista ha sido lo más fuerte que he pasado en mi vida no solo por lo vivido si no por el tiempo que duró la situación y las consecuencias que ha dejado en mí. Además, en ese momento aunque ya tenía acceso a internet, nadie hablaba sobre madres narcisistas o madres tóxicas. Sí, obviamente habían relatos de relaciones materno filiales con malas relaciones pero al leerlas no resonaban en mí. Yo no estaba viviendo una adolescencia complicada, yo no sentía »que mi madre no me entendía», yo sentía que mi madre me asfixiaba, sentía miedo, profundo terror ante sus reacciones o estallidos contra mí.

Me siento profundamente orgullosa por haber recorrido el camino sin ningún tipo de guía o referente como la que yo puedo dejar por escrito en estas páginas. Es algo que me reconozco y honro cada día. Por eso esto ya no va de culpa: abrazo a todas las yo que me salvaron y les perdono si la forma en la que lo hicieron no fue del todo moral o correcta.

Mirando atrás, creo que sentirme sola y vulnerable fue una parte esencial para construir quién soy ahora y para llegar al momento que estoy viviendo. Pero también sentirme así durante tanto tiempo ha traído dos temas principales en mi vida que hoy por hoy logro reconocer como consecuencia de crecer con una madre narcisista.

Una de las consecuencias es algo que vengo trabajando desde el comienzo de terapia: la hipervigilancia emocional. Inconscientemente estoy en continua defensa, analizando de qué forma cada persona que me rodea me puede intentar hacer daño, sufriendo un desapego anticipado con cualquier persona a la que le empiezo a coger mucho cariño. Y la otra consecuencia es la creencia de que no puedo permitirme caer porque yo soy mi propia red de seguridad.

Siento que a nivel clínico muchos psicólogos se centran en trabajar las consecuencias de tener una madre narcisista como la baja autoestima, la ansiedad, los sentimientos de culpa y vergüenza, la dificultad para poner límites o el perfeccionismo extremo.
Pero hay muchas otras consecuencias que aún a día de hoy, con varios años de terapia, distancia, contacto cero, mucho amor, incluso con medicación, siguen impidiéndome relacionarme con el mundo y vivir sin que reflote el estrés postraumático.


La hipervigilancia emocional

No me doy cuenta de que estoy en alerta cuando alguien me hiere. Me doy cuenta cuando alguien empieza a importarme. Es en ese punto, cuando una amistad empieza a tomar profundidad, cuando se activa algo dentro de mí. No es miedo evidente, no es rechazo. Es más sutil: es una necesidad de estudiar, de observar, de analizar cada gesto y cada palabra con una atención quirúrgica.

Desde muy pequeña aprendí que la gente suele sentirse muy cómoda hablando de sí misma. Descubrí que si mostraba interés —aunque fuera simulado— y ofrecía empatía —aunque no hablara de mí—, la mayoría de las personas se abrían como si nos conociéramos de toda la vida. Contaban sus historias, sus heridas, sus conflictos. Y al terminar, solían quedarse con la sensación de que me conocían profundamente… cuando en realidad no sabían nada de mí.

Ese desequilibrio, esa falsa intimidad, se convirtió en mi zona segura. Mientras la otra persona habla, yo trazo un mapa. Escucho cómo se refieren a la gente de su entorno, a quien no soportan, a quien aman. Analizo cómo gestionan el enfado, la frustración, el rechazo. Me fijo en lo que dicen, pero sobre todo en lo que omiten. Porque ese mapa es mi única garantía de que, si decido abrirme, voy a poder defenderme si esa persona algún día me hiere.

No lo hago a propósito. Pero lo hago siempre. Lo he trabajado en terapia y sé que es una estrategia de supervivencia que desarrollé en la infancia: no mostrar nada hasta estar segura de que la otra persona no va a usarlo en mi contra. Por fuera, parezco accesible, vulnerable. Pero por dentro hay un mecanismo calibrando todo, todo el tiempo. Exactamente igual que cuando necesitaba analizar y anticiparme a las reacciones de mi madre para poder protegerme.


La creencia de que no puedo permitirme caer

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Nunca aprendí a derrumbarme porque nunca hubo nadie que estuviera dispuesto a sostenerme si lo hacía. Y lo peor es que lo supe desde muy temprano. No era una intuición: era una certeza que se repetía día tras día, con palabras concretas y actos aún más contundentes.

Durante toda mi infancia y adolescencia escuché que era una inútil, que no valía para nada, que iba a acabar mal. Mis logros eran invisibles. Mis fracasos, un recordatorio constante de lo mucho que se esperaba de mí y de cómo, según su percepción, no daba la talla. Lo que yo quería, lo que me gustaba, lo que deseaba… siempre fue motivo de burla o desprecio.

Cuidaba de mi hermana, de mi abuela, de la casa. Era la niñera, la enfermera, la empleada doméstica no remunerada, la adolescente “problemática” que, encima, debía agradecerlo todo porque «no me lo merecía». Aunque en casa no había escasez económica, ni siquiera durante la crisis, yo sí sufrí escasez. Una escasez diseñada, una forma de castigo económico disfrazado de responsabilidad. El dinero que me daban al mes no alcanzaba ni para quince días, pero siempre fui incapaz de pedir más por la forma en que me iban a increpar por hacerlo. A menudo tenía que elegir entre comer en el instituto o volver en autobús a casa si llovía. Entre mis necesidades diarias de comida y transporte, o ahorrar lo suficiente para comprarme ese pequeño objeto que me gustaba tanto y me hacía sentir que existía.

Por eso ahora, cuando puedo, me doy. Me doy lo que no me dieron. Compro cosas que mi yo de 14 años soñaba tener. No cosas caras, sino significativas: detalles que para cualquier otra persona serían banales, pero que para mí son un acto de reparación. El disco de mi grupo favorito, la camiseta que me gusta, las zapatillas que siempre quise tener.

Me he prometido a mí misma que pasarán todos los años que hagan falta dándole libertad financiera a la niña que fui. Porque durante mucho tiempo no se me consintió nada. No se me regaló desde el amor. No se me vio.

Y a la vez, esa libertad que he ganado con tanto esfuerzo tiene un precio invisible: no puedo permitirme caer. No trabajo incansablemente para montar un negocio o comprarme una casa. Trabajo porque no puedo permitirme quedarme sin nada. Porque no quiero volver a rebuscar monedas entre los cojines del sofá para poder comprarme un bocadillo al mediodía. Porque prefiero desaparecer antes que pedir ayuda económica a mi familia. Porque ni siquiera soy capaz de pedir ayuda a quienes me quieren hoy. No por orgullo, sino por miedo.

Miedo a acostumbrarme a recibir. Miedo a que un día me lo quiten. Miedo a no saber cómo sobrevivir si me apoyo demasiado en alguien que después se va.

He aprendido a quererme porque nadie me quiso. A regalarme porque nadie lo hizo. A generar estabilidad económica porque sufrí mucho cuando no la tuve. A hacerme todo sola porque aprendí que solo yo estaría cuando todo lo demás fallara.

Y aunque hoy estoy rodeada de amor, de cuidados, de vínculos sanos, hay una parte de mí que sigue sintiéndose sola. No porque lo esté. Sino porque aprendió a sobrevivir así.

He recorrido mucho camino para llegar hasta aquí. Y aunque todavía hay partes de mí que duelen, es un regalo poder reconocer de dónde viene ese dolor y entender por qué sigue ahí. Escribir esto no es una forma de aceptar que a veces el trastorno de estrés postraumático puede con mi fuerza mental, y ojalá tampoco suene desalentador. Es solo una forma de poner en palabras lo que quizás muchas otras personas están sintiendo en silencio. Y también es una forma de recordármelo a mí: todo pasa. Vas a encontrar paz. Vas a ser feliz. Vas a reparar esa parte de ti que crees rota para siempre. No estás sola.

Este artículo está escrito desde la experiencia de una superviviente. No sustituye ayuda profesional. Si estás en peligro o necesitas apoyo, busca redes seguras.

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10 señales de una madre narcisista: cómo reconocer el abuso emocional

agosto 1, 2025 by madrenarcisista.com 2 comentarios

10 señales de una madre narcisista

10 señales claras de una madre narcisista: cómo reconocer el abuso emocional

¿Cómo saber si tu madre es narcisista?

¿Sientes que tu madre te hace daño, pero nadie lo ve? ¿Te preguntas si exageras o si lo que vives es normal? Muchas personas que crecen con madres abusivas se hacen estas preguntas durante años sin entender que están sufriendo abuso emocional materno.

Yo fui una de esas víctimas: tardé más de una década en ponerle nombre y empezar a sanar. Este artículo nace desde mi experiencia personal y la de muchas otras personas que, tras años de terapia, hemos aprendido a reconocer las 10 señales de una madre narcisista, así como los rasgos y características que suelen repetirse en este tipo de relación.

Identificarlo no es sencillo. En la mayoría de los casos, estas mujeres nunca pisan un consultorio psicológico ni reciben un diagnóstico clínico. Sabemos que son narcisistas por las secuelas en sus hijos: ansiedad, baja autoestima, miedo a poner límites, entre otras. A veces no hay gritos ni golpes; el abuso puede disfrazarse de preocupación, de un “es por tu bien”, de chantajes emocionales. Como parte de la sociedad nos cuesta aceptar que una madre puede ser fuente de dolor, pero es una realidad que muchas vivimos en silencio. Reconocerlo es el primer paso para romper el ciclo.


¿Qué significa ser una madre narcisista?

Una madre narcisista tiene una necesidad constante de validación, poder y control, y utiliza a sus hijos como extensión de su ego. Sus emociones, deseos o frustraciones están por encima de todo. Los límites no existen, la empatía es mínima o nula y las relaciones se basan en una manipulación constante.

Entre las características de una madre narcisista, destacan la falta de autocrítica, el chantaje emocional, la invalidación constante y una necesidad obsesiva de controlar o dominar a sus hijos. Estos rasgos pueden mostrarse de forma evidente o camuflarse bajo gestos de cariño, pero en ambos casos dejan heridas emocionales profundas e invisibles que marcan a sus víctimas durante años.

Cuando la violencia es parte del patrón de comportamiento, a la manipulación psicológica se suma también el castigo físico como herramienta de control, aumentando el miedo y la dependencia.


¿Cuáles son las 10 señales de una madre narcisista?

Estas señales están basadas en testimonios reales como el mío y patrones comunes en el abuso emocional. No necesitas cumplirlas todas para validar tu experiencia. Si reconoces varias, es momento de mirar con más claridad la relación.


1. Te hace sentir culpable cada vez que marcas un límite

Decirle “no” a una madre narcisista, o pedirle que deje de hacer algo que te lastima y que su respuesta sea a la defensiva es una de las señales más frecuentes en este tipo de relación. Puede reaccionar con enfado, sarcasmo hiriente o un castigo silencioso cargado de culpa. El mensaje implícito es claro: poner límites es traicionarla. Las madres narcisistas son expertas en transformar tus intentos de protegerte en ataques personales y buscan castigarte hasta que vuelvas a ceder.


2. Minimiza tus logros o se los atribuye a ella

Quizás conseguiste algo importante y ella respondió con indiferencia, crítica o incluso burlas. En otras ocasiones puede decir: “eso es gracias a mí”. Una madre narcisista no soporta que sus hijos brillen o destaquen más allá de lo que ella aprueba. En vez de apoyarte, te reduce o se apropia del mérito. Muchas veces muestra indiferencia en privado y presume de tus logros en público, generando confusión emocional.


3. Utiliza el castigo silencioso para manipularte

Cuando no haces lo que ella espera, es común que te deje de hablar, te ignore o actúe con frialdad durante días. Este “castigo silencioso” es una herramienta muy típica dentro de los rasgos de una madre narcisista. Es una forma pasiva de ejercer poder y castigarte sin asumir responsabilidad, dejándote con la sensación de que debes ganarte nuevamente su afecto.


4. Invade tu intimidad emocional o física

Revisa tus cosas, comenta sobre tu cuerpo o tu ropa, critica tus amistades, tus decisiones personales o exige saberlo todo de tu vida. No respeta tu privacidad porque no te ve como una persona separada, sino como una extensión de sí misma. Este control se intensifica si aún vives con ella, creando una sensación de vigilancia constante.


5. Combina elogios con desprecios para confundirte

Un día te dice que te quiere y al otro te insulta o ridiculiza. Esta alternancia genera confusión emocional y dependencia. Es una de las características de una madre narcisista más destructivas, porque te hace dudar de tu valía y de tus percepciones. Terminas buscando constantemente su aprobación para sentirte a salvo, un patrón que puedes seguir repitiendo con el resto de relaciones que tengas a futuro ya sea de amistad o de pareja si no se trata con la terapia adecuada.


6. Compite contigo en lugar de apoyarte

Si te va bien, se pone celosa. Si luces bien, te critica. Si alguien te felicita, intenta opacar el momento. Muchas madres narcisistas ven a sus hijos como rivales, no como personas a quienes apoyar. Les molesta que tengas lo que ellas no pudieron conseguir, que tomes decisiones distintas a las que considera correctas para su imagen de madre o que elijas un camino de vida que no coincide con el que había planeado para ti. Incluso les duele que no cometas los mismos errores que ellas.

En lugar de alentarte o alegrarse porque tu vida sea más sencilla o mejor que la suya, buscan superarte, competir contigo o sabotear tus logros para mantener la sensación de control.


7. Nunca se hace responsable del daño que causa

Justifica sus acciones con frases como: “yo solo quería ayudarte”, “todo lo que hago es porque te quiero”, o “así me educaron a mí”. Una disculpa sincera es casi imposible. En su narrativa, siempre es la víctima o la heroína, nunca la agresora. Este patrón perpetúa la culpa en los hijos y la falta de reparación emocional.


8. Se victimiza si la confrontas

Cuando intentas hablar de cómo te ha hecho sentir y razonar con ella para solucionar un conflicto o mejorar la relación, llora, se enfada o te acusa de ser mala hija o desagradecida. El objetivo es que te retractes y dejes de reclamar. Este chantaje emocional es muy común en los rasgos de una madre narcisista y funciona para mantenerte en silencio y bajo control.


9. Utiliza tus miedos o secretos en tu contra

Quizás alguna vez le confiaste algo íntimo y después lo usó para atacarte, humillarte o manipularte. O simplemente aprovecha lo que sabe de ti, lo que ha observado desde que crecías, para explotar tus miedos e inseguridades. Esta traición emocional destruye la confianza y refuerza la sumisión. Una madre narcisista puede ser especialmente cruel cuando siente que pierde el control, usando tus vulnerabilidades como armas para mantener su poder sobre ti.


10. Te hace creer que sin ella no puedes vivir

Puede decirte que el mundo es peligroso, que las parejas y los amigos van y vienen, que nadie te va a querer como ella o que no sobrevivirás sin su apoyo. Estas ideas no son amor: son manipulación. Una madre narcisista necesita que dependas de ella para sentirse poderosa, incluso si eso significa destruir tu confianza en ti misma e interponerse en tu camino a la independencia económica o emocional.


¿Por qué es tan difícil aceptar que tu madre es narcisista?

Porque el vínculo madre-hija o madre-hijo está rodeado de mitos y tabúes. Nos enseñan que las madres “siempre lo hacen lo mejor para sus hijos”, que “todo lo que hacen es para protegerte”, porque “te quieren”. Pero la realidad es que no toda madre ama de forma sana. El amor en ningún caso justifica el abuso. En muchos casos ni siquiera se le puede llamar amor.

Además, si desde la infancia te hicieron creer que el problema eras tú, es lógico que dudes de tu percepción. Muchas personas adultas que crecimos con madres narcisistas llevamos una herida de autoestima, miedo a poner límites y una culpa constante por alejarnos de ellas aunque sabemos que es lo mejor.


¿Qué hacer si reconoces estas señales?

Para empezar debes empezar a interiorizar que tus emociones son reales y válidas, que no necesitas pruebas ni justificaciones para protegerte. En el artículo Madre narcisista: cómo identificarla y sanar el abuso emocional dedico una sección detallada del paso a paso que fui dando en mi camino a sanar tras la relación de abuso narcisista materno que viví. Leerlo cuando empecé a sospechar que la relación con mi madre no era normal seguramente me hubiese allanado el camino. Espero que mi experiencia te pueda resultar el abrazo que se que necesitas en todas las etapas de la sanación.


¿Es posible sanar tras vivir con una madre narcisista?

Sí, absolutamente. El camino puede ser difícil, pero también profundamente transformador. Sanar no significa olvidar lo que pasó, sino dejar de cargar con la culpa, evitar que esa experiencia te arruine el resto de tu vida. Es recuperar tu voz, tu cuerpo y tus decisiones. Reconstruir tu identidad fuera del rol de hija que ella impuso.

Con apoyo adecuado —terapia, comunidad y vínculos sanos— puedes vivir con más paz, autonomía y claridad. Estás rota, herida. Pero esas heridas pueden cicatrizar con tiempo, paciencia, amor propio y cuidado consciente.


Mereces una vida sin manipulación

Identificar las 10 señales de una madre narcisista es un acto de valentía. No todas las personas tienen el coraje de mirar de frente su historia. Si tú estás en ese proceso, honra tu camino. No tienes que quedarte en el trauma, pero tampoco negarlo.

Cuéntalo, abrázate, defiéndete. Ya has llegado hasta aquí, tienes la fuerza necesaria para dejar de sobrevivir y empezar a vivir.

No estás loca. No estás exagerando. Estás despertando. Ese es el primer paso hacia una vida en la que tú decides, tú cuidas, tú mandas. Porque mereces una existencia donde el amor no duela.

Este artículo está escrito desde la experiencia de una superviviente. No sustituye ayuda profesional. Si estás en peligro o necesitas apoyo, busca redes seguras.

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