
Número desconocido: falsa identidad en el instituto
Número desconocido de Netflix: madres narcisistas y síndrome de Münchhausen
⚠️ Este artículo contiene spoilers del documental.
En el nuevo documental de Netflix “Número desconocido: falsa identidad en el instituto” conocemos la historia de Lauryn y su novio Owen, dos adolescentes que empiezan a recibir mensajes anónimos cargados de amenazas, insultos y contenido sexual. Durante meses, un número oculto controla sus vidas: nadie sabe quién está detrás, los rumores en el instituto crecen, la policía investiga y hasta el FBI se involucra.
La sorpresa llega al descubrir que quién estaba detrás de todo esto era la propia madre de Lauryn quien, en secreto, había creado un entramado de acoso digital contra su hija. Lo que parecía un caso de ciberacoso se convierte en algo mucho más perturbador: un ejemplo de cómo algunas madres pueden manipular y dañar a sus propias hijas con el fin de controlarlas de forma enfermiza.
Este caso mediático ha reabierto el debate sobre un patrón de abuso menos conocido, pero devastador: el síndrome de Münchhausen por poderes.
Qué es el síndrome de Münchhausen por poderes

El síndrome de Münchhausen describe a una persona que inventa o exagera enfermedades en sí misma para llamar la atención. Cuando esa persona fabrica síntomas en otro —normalmente un hijo— hablamos de Münchhausen por poderes.
El caso más conocido es el de Gypsy Rose Blanchard, cuya madre la convenció durante años de que sufría graves enfermedades. La sometió a operaciones, medicación y una vida entera de hospital sin que nada de eso fuera real. A ojos de los demás, era una madre ejemplar y sacrificada; en la práctica, era un abuso sistemático que convirtió a Gypsy en prisionera de un cuerpo sano tratado como enfermo.
En el documental Número desconocido, el mecanismo cambia de escenario: aquí no hay enfermedades inventadas, sino un Münchhausen digital. La madre de Lauryn, al contrario, no llevaba a su hija a médicos, sino que creó un entramado online de amenazas y acoso para colocarla en el papel de víctima, generando atención, drama y control desde la sombra haciendo que su hija se apoyara en su madre y sintiera que la necesitaba más que cualquier adolescente normal dada la situación que estaba viviendo.
En ambos casos el patrón es el mismo:
- Una figura materna que fabrica un problema inexistente.
- Una hija atrapada en una realidad inventada.
- Y un entorno que cree más a la madre que a la víctima.
La diferencia está en la herramienta: en un caso fue la medicina, en otro, internet. Pero el trasfondo es idéntico: una madre que utiliza el dolor de su hija como escenario para alimentar su propia necesidad de atención y poder.
Cuando la madre es el enemigo invisible

Lo que hace especialmente doloroso este patrón de abuso es que no viene de un extraño, sino de la persona que debería cuidar. Tanto Gypsy como Lauryn crecieron en un escenario en el que la figura materna era intocable de cara a los demás: una madre preocupada, volcada, presente en cada detalle.
Esa doble cara —madre protectora de puertas afuera, agresora oculta en la intimidad— es un patrón común en las madres narcisistas. No todas se comportan igual, pero el resultado es siempre el mismo: hijos atrapados en dinámicas de control y manipulación.
Algunos de los perfiles más habituales son:
- La narcisista grandiosa: presume de lo buena madre que es y de los logros de sus hijos, pero solo cuando eso mejora su propia imagen. Si no encajas en su guión, te castiga o te descarta.
- La narcisista encubierta: se muestra como víctima constante, silenciosa y sufriente. Manipula con culpa y frases como “después de todo lo que hice por ti”.
- La narcisista sacrificada: insiste en que renunció a todo por ti y usa ese supuesto sacrificio como arma de control, sobre todo si eliges un camino distinto al que ella soñó.
- La narcisista inestable o caótica: cambia de humor de forma impredecible; un día es afectuosa y al siguiente te agrede o te ignora. El vínculo con ella es una montaña rusa emocional.
Es probable que, al leer estas categorías, pienses que tu madre encaja en varias al mismo tiempo. Y no estás loca por pensarlo: muchas madres narcisistas combinan rasgos de distintos perfiles según la situación o la etapa de tu vida. En público pueden ser grandiosas, en privado encubiertas, y en la intimidad emocional completamente caóticas. Esa multiplicidad es, de hecho, parte del gaslighting: al cambiar de máscara constantemente, hacen que te cuestiones tu propia percepción y te cueste aún más entender lo que estás viviendo.

En el caso de Lauryn, su madre Kendra Licari adoptó el papel de protectora preocupada, mientras en la sombra alimentaba el terror digital. Una versión más sofisticada del mismo patrón: ser la heroína y la villana al mismo tiempo, según quién esté mirando.
Consecuencias para los hijos
El impacto de crecer bajo este tipo de manipulación es devastador. Gypsy pasó años dudando de su propio cuerpo: no sabía si podía andar, si necesitaba medicación, si estaba realmente enferma. Lauryn, por su parte, aprendió a vivir con miedo a cada notificación, a ir a clase, sin imaginar que el terror se generaba dentro de su propia casa.
El impacto de crecer con una madre narcisista que utiliza dinámicas de Münchhausen —ya sea médico o digital— va mucho más allá de la infancia. No se trata solo de recuerdos dolorosos: son heridas que se instalan en la forma en que miras el mundo y en cómo te miras a ti mismo.
- Desconfianza hacia uno mismo. Cuando tu madre insiste una y otra vez en que estás enfermo, exagera síntomas o incluso inventa problemas, aprendes a dudar de tu propio cuerpo. Si ella dice que algo va mal y tú no lo sientes, la conclusión lógica es que el error debe estar en ti. Esa fractura te acompaña después: te cuesta confiar en lo que percibes, en tus emociones, incluso en tu memoria.
- Ansiedad y alerta constante. Vivir con una madre narcisista impredecible o que fabrica amenazas significa crecer en estado de alarma. Esperas siempre el próximo estallido, la próxima humillación, el siguiente síntoma o mensaje. Esa tensión no se apaga al salir de casa: se convierte en un sistema nervioso hiperactivado, que interpreta cualquier pequeña señal como un peligro inminente.
- Dificultad para diferenciar la verdad de la manipulación. El gaslighting es la herramienta favorita de las madres narcisistas: te hacen creer que lo que recuerdas no pasó así, que lo que sientes está mal, que lo que piensas es exagerado. Tras años de ese desgaste, acabas dudando de ti mismo y creyendo más en su versión de los hechos que en la tuya. Es como vivir en un espejo roto: nunca sabes qué imagen refleja la realidad.
- Trauma complejo. A diferencia de un evento único (como un accidente o un robo), lo que marca la infancia con una madre narcisista es la repetición constante del abuso. Día tras día, año tras año. Eso no deja una cicatriz puntual, sino una herida abierta que afecta a tu identidad entera: cómo te relacionas, cómo confías, cómo te sostienes en el mundo. Por eso hablamos de trauma complejo, porque sus raíces se entrelazan con quién eres.
En muchos sobrevivientes, la frase que se repite es la misma: “Si mi propia madre me hizo esto, ¿qué puedo esperar del resto del mundo que me rodea?”
Señales de alerta

Aunque no siempre es fácil identificarlo, hay indicios que pueden encender las alarmas. Quizás es porque lo he vivido, lo he estudiado y escribo sobre ello, pero no tardé ni diez minutos de documental en intuir cuál iba a ser el giro final.
Las pistas estaban en los detalles. Por ejemplo, en la diferencia entre la reacción de la madre de Owen y la de Lauryn. Cuando Owen empezó a recibir mensajes amenazantes, su madre actuó con firmeza: le retiró el teléfono y cortó de raíz la exposición al acoso. En cambio, la madre de Lauryn adoptó una postura pasiva y contradictoria. Le decía que no hiciera caso, que era preciosa, que ellos conocían a Owen y sabían que lo que decían los mensajes no era cierto… pero nunca llegó a tomar una medida real de protección.
Ahí estaba la incoherencia: una madre que realmente protege a su hijo corta el acceso a redes sociales o busca una solución práctica inmediata. No se limita a dar palabras de consuelo mientras el acoso sigue entrando por la pantalla. Esa diferencia fue la primera señal de que algo no cuadraba, de que el enemigo estaba más cerca de lo que parecía.
Romper el ciclo
Descubrir que tu madre no solo fue narcisista, sino que además inventó enfermedades, síntomas o amenazas para manipularte, es un golpe devastador. Rompe la confianza más básica: la que une a un hijo con su cuidadora. Pero aunque duela, darte cuenta también es un paso hacia la libertad.
Reconoce tu verdad, sin maquillarla.
De niñas solemos justificarlo: “mi madre es muy protectora”, “se preocupa demasiado por mí”. Puede que incluso te convencieras de que estabas enfermo, frágil o vulnerable porque ella lo repetía una y otra vez. Pero llega un momento en que tienes que mirar de frente lo que ocurrió: ella fabricó una mentira a costa de tu vida. Y no necesitas un diagnóstico oficial ni el permiso de la familia para validarlo. Tu memoria, tu cuerpo y tu dolor son pruebas suficientes.
Busca espacios donde hablar sin miedo.
El Münchhausen por poderes o digital es poco conocido, y cuando lo nombras muchas personas reaccionan con incredulidad: “¿cómo una madre va a hacer algo así?”. Eso puede hacerte sentir aún más aislado. Por eso es vital encontrar un espacio seguro donde no tengas que justificar cada palabra: una terapeuta que conozca el tema, un grupo de apoyo de sobrevivientes, una amistad que te escuche sin juzgar. Romper el silencio es empezar a sanar.
Aprende a poner límites, aunque no sean visibles.
Si creciste creyendo que tu salud o tu seguridad dependían de tu madre, poner límites se siente imposible. Pero puedes empezar en silencio: dejar de contarle todo, no darle acceso a tus historiales médicos, no entrar en sus provocaciones. Con el tiempo, esos límites internos se transforman en decisiones claras: cortar llamadas, no acudir a citas médicas que ella presiona, o alejarte físicamente si puedes. Recuerda siempre: poner límites no es traición, es supervivencia.
Elige una terapia adecuada para trauma complejo.
Las secuelas del Münchhausen no se parecen a un “problema de comunicación”. Son heridas profundas que afectan a tu identidad: dudas de tu cuerpo, de tu mente y de tu memoria. Necesitas una terapia que entienda el gaslighting y la manipulación prolongada. Métodos como EMDR ayudan a procesar los recuerdos y reconstruir la confianza en ti mismo. Es duro, pero es posible.
No te culpes por tomar distancia o llegar al contacto cero.
Alejarte de una madre que te mintió sobre tu salud o te convirtió en víctima de un enemigo inventado no es crueldad. Es autocuidado. Quizás cargues con la culpa de pensar: “si me alejo soy mala hija”. Pero la verdad es que ella rompió primero el vínculo cuando puso sus necesidades por encima de tu bienestar. El contacto cero no siempre es definitivo, pero puede ser el único respiro real que tengas para reconstruirte como persona. Y no te hace egoísta: te hace libre.
Si aún vives con ella…
El gaslighting en casos de Münchhausen es feroz. Puedes llegar a sentir que todo lo imaginaste. Por eso llevar un diario es tan valioso: anota qué dijo, qué hizo, cómo te sentiste. Con el tiempo verás los patrones repetirse y podrás comprobar que no estabas loca. También busca pequeños momentos de autocuidado: cinco minutos de aire, una canción que te devuelva al presente, un mensaje con alguien de confianza. Y sobre todo, intenta abrirte a alguien fuera de casa: una amiga, un profesor, incluso un espacio online seguro. El aislamiento es parte del abuso, y salir de él es parte de la sanación.
Descubrir que tu propia madre pudo inventar enfermedades o amenazas para controlarte es una de las verdades más duras de asimilar. Te rompe la confianza más básica y te obliga a mirar de frente heridas que quizá preferirías olvidar. Pero también hay algo que nunca podrán quitarte: la capacidad de rehacer tu vida más allá de su manipulación.
No eres esa hija que ella te ha hecho creer que eres. Eres alguien que sobrevivió a una realidad diseñada para hacerte dudar de ti mismo, y que aun así sigue aquí, buscando respuestas y verdad. Esa búsqueda ya es un acto de libertad.
Sanar no significa borrar lo que pasó, sino recuperar el poder de decidir quién eres y qué quieres para ti. Poco a poco, con apoyo, con límites, con pequeños gestos de autocuidado, se abre un espacio donde el miedo ya no manda.
Y en ese espacio hay algo que ninguna madre narcisista, por muy hábil que sea, puede controlar: tu futuro.
Este artículo está escrito desde la experiencia de una superviviente. No sustituye ayuda profesional. Si estás en peligro o necesitas apoyo, busca redes seguras.